sábado, 2 de febrero de 2008

Conflictos vascos

Los asesinatos de Capbreton nos retrotraen a unos de los peores momentos de la historia de la transición en Euzkadi, que fue el momento en que ETA mató a un militar en Madrid tras la tregua de 1998. Entonces, todas las miradas (y todos los ataques) se volvieron contra el Partido Nacionalista Vasco. La tesis –que es la que defiende Jaime Mayor Oreja- era simple: “ETA existe porque existe el PNV. Acabemos con el PNV y acabaremos con ETA”. De forma simultánea, la izquierda radical se creía (y se cree) con algún tipo de autoridad sobre el conjunto nacionalismo o, mejor dicho, que el PNV tiene algún tipo obligación hacia ella. Algo así como los deberes de un ex marido hacia su ex mujer tras un divorcio.

En 1998, se pensó que el traslado mimético de la experiencia irlandesa a Euzkadi facilitaría el que ETA dejase las armas. ¡Craso error!. El pacto previo entre quienes en aquel momento se consideraban nacionalistas no respetaba el juego de mayorías y minorías y los radicales. En Lizarra, la izquierda radical, primero, intentó liderar un proceso. En segundo lugar, intentó resucitar Chiberta (que, en su día, no fue más que una anécdota histórica) que era algo así como “actuemos al margen de la ley y del Estado”.

En 2001, el PNV, acosado por unos y otros, optó por la independencia de criterio (y programa) y acertó.

Considerando que el PNV había fracasado en sus intentos por alcanzar la paz, el PSOE, legítimamente, comenzó el suyo. La oportunidad de ponerlo en marcha llegó en marzo de 2004 cuando, derrotado el PP, Rodríguez Zapatero llegó al Gobierno. En aquella negociación, no solo se iba a marginar al lehendakari Ibarretxe y a su partido, sino que iban a ponerse de acuerdo para evitar que el PNV siguiese el despegue electoral iniciado el 13 de mayo de 2001.

Si uno lee con detenimiento tanto las declaraciones de líderes socialistas como los artículos publicados en Gara en los días en que se declaró el “alto el fuego permanente” comprobará que menudean las advertencias al lehendakari y al PNV para que no metiesen la narices en un negocio que consideraban “de dos”. De la misma forma, las derechas –que consideraban que el PSOE había llegado al poder de forma ilegítima- se empleaban a fondo para evitar cualquier éxito de los socialistas. Es cierto que Zapatero dio algunos pasos. El de EHAK fue uno de ellos, consiguiendo, además, que el lehendakari no consiguiese mayoría absoluta. Pero, también es cierto que, en su negociación, pasaba más tiempo mirando encuestas o haciendo caso a lo que decían Pedro J.Ramírez y la Cope que buscando soluciones reales. Por su parte, ETA y los radicales, como en 1998, dedicaban todo su empeño a tensar la cuerda (hasta que, como es tradicional, la rompieron).

Mientras tanto, ante las dificultades surgidas, una representación del PNV se había incorporado a la negociación. Pronto comenzamos a leer y escuchar reproches, especialmente por parte de la izquierda radical hacia los jeltzales. Paco Letamendia reprochaba a estos últimos de haber dejado demasiado solos a los de Otegi. Eso sí, parece que, hasta entonces, no les había importado la soledad. Se decidió ejercer diferentes tipos de presión tanto sobre el Gobierno central como sobre el PNV. Una potente carga explosiva acabó con un proceso de paz que había comenzado siendo cosa de dos.

En tanto se desoja la margarita de la negociación con ETA, el nacionalismo vasco y el lehendakari habían iniciado algunos movimientos, negándose a que la cuestión terrorista marcase el devenir político vasco. Juan José Ibarretxe, finalmente, presentó un calendario para consultar a la sociedad sobre lo que estaba ocurriendo.

El pasado jueves, el periodista Patxo Unzueta publicaba un artículo titulado “La tarea del PNV” (que recordaba mucho a otros que escribió en los días que siguieron al asesinato de Miguel Angel Blanco). Citando a Txiki Benegas (Diario de una tregua) dice que, cada vez que Otegi se entrevistaba con Juan José Ibarretxe, el primero salía más radicalizado. Se supone que el “radicalizador” era el lehendakari.

La explicación de esto y de otras cuestiones es algo que no es cierto. El nacionalismo vasco en JEL no cree –como asegura Unzueta- ni que “cuestión terrorista y la superación del ‘conflicto político con el Estado’ sean dos caras de la misma moneda”, ni constata el nacionalismo en JEL “que hay vascos que matan en nombre de ese conflicto”, ni deduce que “el fin de ETA pasa necesariamente por el reconocimiento del derecho de autodeterminación”.

José Luis “Patxo” Unzueta que conoce la Ponencia Política del PNV vigente y ha repasado el discurso de Iñigo Urkullu se habrá percatado de, en primer lugar, que se apela a la Disposición Adicional Primera de las Constitución española de 1978 (reconocimiento de los derechos históricos de los territorios forales). Seguro que conoce el libro editado por Miguel Herrero de Miñón y Ernest Lluch, Derechos históricos y constitucionalismo útil (Crítica, 2001). Le recomiendo vivamente que vuelva a leer la Introducción.

El conflicto vasco tienen que ver tanto con la abolición foral como de la incapacidad del Estado español de cumplir sus propias normas (desde las leyes Abolitorias de 1839 y 1876 –seguro que Patxo guarda el libro de Federico Zavala De los Fueros a los Estatutos- hasta la Constitución última y el Estatuto de Gernika). A todo ello, hay que sumar lo que el profesor Linz define como “escasa legitimación constitucional en Euskadi”.

En los últimos días, Unzueta y otros aseguran que “la responsabilidad del nacionalismo vasco es ahora la deslegitimación de ETA”. El PNV ha repetido que, con ETA, no comparte ni medios, ni fines. Pero, esto también lo ha dicho el lehendakari. Entonces, ¿dónde está el problema?. Lo que no va a hacer ni el Gobierno vasco, y menos el PNV, es aceptar el “pacto antiterrorista”, la Ley de Partidos (con esperpentos como el proceso de los encausados en el Sumario 18/98) ni la Constitución. Lo que la hacía inaceptable en 1978 no solo no se ha corregido, sino que la situación está peor.

ETA no es, para el nacionalismo vasco en JEL, una consecuencia del conflicto vasco, más bien uno de los mayores obstáculos para su resolución. Y no quiere decir esto ni que, desaparecida ETA, se soluciona el conflicto, ni que solucionado el conflicto desaparezca ETA.



Enviado a DEIA el 10 de diciembre de 2007

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