jueves, 28 de febrero de 2008

Elecciones en marzo

El 13 de mayo de 2001, el frente formado por el PP (de Jaime Mayor Oreja) y el PSE-PSOE (de Nicolás Redondo Terreros), que había cedido cualquier liderazgo a los conservadores, sufría una severa derrota electoral a manos de la coalición PNV-EA. La misma suerte, es decir, la derrota siguió la izquierda radical. Poco antes, el 8 de diciembre de 2000, estos dos partidos al aprobar el “Pacto por la libertades y contra el terrorismo”, en palabras de José Antonio Zarzalejos “expulsaban al nacionalismo vasco del ámbito democrático” (Contra la secesión vasca, 2005). Es cierto que, como recordaba el ex diputado general de Álava, Ramón Rabanera, la única posibilidad que tiene la derecha de superar al nacionalismo democrático, es a través del frente PP-PSOE (El Correo, 3 de febrero de 2008).

El éxito del nacionalismo vasco democrático, a pesar de que unos hayan tratado de ocultarlo tras cifras y estadísticas (Barbería y Unzueta, Cómo hemos llegado a esto), y otros de un éxito personal, estaba basado en que, por fin, había plantado cara al constitucionalismo (frente PP-PSOE) y, por otro lado, se había desmarcado de ETA y del mundo radical, superando para siempre el periodo de Lizarra. Y, a la hora de la verdad, los ciudadanos expulsaron del poder democrático a unos y a otros. El proceso de desgaste de la izquierda radical se hubiese acentuado si no se hubiese aprobado la Ley de Partidos (junio de 2002).

En este periodo, asimismo, arrancan varios procesos interesantes. Tras conseguir el PP la mayoría absoluta, las derechas se extreman. En este punto, la Jerarquía católica y algunos clérigos (como el jesuita Fernando García de Cortázar) tuvieron mucho que ver. Este último, en dos colaboraciones para la fundación FAES, defendía el “cierre” del Estado Autonómico, es decir, dar por concluido el proceso de transferencias y negar satisfacciones simbólicas a aquellas comunidades de identidad diferencia o más marcada. Esto significaba, entre otras cosas, el incumplimiento del Pacto estatutario en Euskadi. Por otro lado, el padre García de Cortázar interpretaba que, durante la transición, se “había producido un brutal proceso de desnacionalización española”. Ante esto, que es parte esencial del programa del PP, el historiador Xavier Tusell precisaba: “Una interpretación más ajustada pasaría por afirmar que el sentimiento nacional español siempre fue débil, al menos en términos comparativos, y que el franquismo contribuyó poderosamente a cimentar esta realidad” (Xavier Tusell, El Aznarato, 2004).

Entre 1996 y 2001, Jaime Mayor Oreja ejerció de ministro del Interior de los Gobierno del PP. Desde esta responsabilidad alentó y financió generosamente algunas plataformas. Disfrazadas bajo el antifaz de “pacifistas” se convirtieron pronto en una punta de lanza del frente PP-PSOE y, a medida que pasaba el tiempo y, sobre todo, a partir del 14 de marzo de 2004 en un instrumento de desgaste del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Y, junto a las plataformas y algunas asociaciones de víctimas del terrorismo, surgieron como setas lo que el profesor Alberto Reig Tapia, catedrático de Ciencia Política llama “historietógrafos” (Alberto Reig Tapia, Anti Moa, 2006). Entre los “historietógrafos” más conocidos Pio Moa, un antiguo terrorista de los GRAPO militante en la extrema-derecha, y César Vidal, un pastor protestante a quien la Jerarquía Católica ha colocado como comentarista-locutor en la COPE. En este último caso, no estamos ante un problema de ecumenismo, sino de militancia contra el Gobierno, el Partido Socialista, los nacionalistas y cualquiera que, en el PP, ose disentir de Aznar, de Jiménez Losantos (un ateo que ha convertido la emisora católica en un instrumento para ajustar las cuentas a sus enemigos personales)(Fernando Jauregui, La decepción, 2008).

La investidura de José María Aznar fue votada favorablemente por tan solo el 18 por ciento de los representantes de la CAPV. El resto lo hizo en contra. Ningún presidente desde 1977 había tenido un respaldo tan pequeño. La derecha comenzó entonces un proceso de estrechamiento del campo democrático, aprobando una serie de leyes ad hoc cuya finalidad última era la de eliminar a sus adversarios políticos. Para entonces, el Consejo General del Poder Judicial estaba controlado por magistrados ultraconservadores.

El recordado Manolo Vázquez Montalbán escribió: “A medida que cumplía su primer mandato (1996-2000), Aznar se sentía afirmado en su cargo y además Telefónica, dirigida por su compañero de estudios Villalonga, crecía y los medios de comunicación paragubernamentales hablaban de Aznar como si fuera el mismísimo Franco pero en laico, es decir, un salvador de España, capaz de llevarla a las más altas cimas del desarrollo y además democráticamente correcto”. Era la “aznaridad”.

El periodista catalán decía que había que reprochar a los del PNV el “haber llamado franquistas a los PP porque nadie debe ser condenado como franquista mientras no se demuestre que lo es y si se demuestra que lo es, pues a disimular, porque no olvidemos que el franquismo ganó la guerra civil, ganó la postguerra civil y todo indica que ha ganado la segunda transición y los franquistas, día a día, van siendo más conscientes de que el l siglo XXI aún puede irles mejor” (Manuel Vazquez Montalbán, La Aznaridad,2003).

¡Que Dios nos coja confesados!

En su despedida como obispo de Pamplona y Tudela, Fernando Sebastián reconocía que, catorce años después, la Iglesia Católica había retrocedido en Navarra. Un grupo de fieles y sacerdotes críticos con su gestión hizo público un documento titulado 'Otra Iglesia Diocesana es posible'. Quienes se hayan movido por algunas zonas de Navarra se dará cuenta que, en tan solo una década, las iglesias se han vaciado. Monseñor Sebastián ha ido sustituyendo, por ejemplo, a los párrocos de comarcas vascófonas, cuyos fieles pueden tener ideas políticas diferentes a las del obispo dimisionario (uno de los ideólogos de la línea editorial de la actual COPE), por jóvenes, muchos de ellos guipuzcoanos (de Elgeta, Zumarraga, Soraluze,..) y euskaldunes, formados en un seminario ultraconservador de Toledo. ¿Resultado?. Si antes la Misa Mayor registraba auténticos “llenazos”, la misma iglesia hoy apenas si es ocupada por un puñado de gentes de edad y los niños que van a hacer la Primera Comunión (que, por cierto, cuando comulgan por primera vez, ya no vuelven a aparecer).

La Iglesia (Católica y Romana) se está quedando para algunos momentos de la vida del hombre (y de la mujer). El Bautismo, la Comunión, el Matrimonio (cada vez menos: con repercusión negativa en los otros dos sacramentos) y la Extremaunción al final de la vida.

Los jóvenes no quieren una iglesia que prohíba, que amenace, que restrinja, que de la espaldas al mundo y sus problemas. Quienes nos consideramos católicos, lo hacemos en una acto de libertad, aunque no estemos convencidos de muchas cosas. Yo, en este sentido, me siento muy cerca de Spencer Tracy, un irlandés católico que prefirió pecar a romper con la religión de sus padres que consideraba la única verdadera. La Iglesia represora del Medievo y de Trento espanta a los fieles. Por otro lado, sigue sin darse cuenta que la evolución de la humanidad desde 1962 hasta hoy es comparable al del milenio anterior. El Concilio Vaticano puesto en marcha por el buen Papa Juan acercó la Iglesia al pueblo haciéndola inteligible, y Papa Benedicto y, sobre todo, los obispos hispanos, la están convirtiendo en odiosa.

Y es que los jóvenes de internet y la globalización no entienden lo que les dicen en la iglesia, y no van. Los católicos –que no somos ni del PP y estamos en la antípoda del Opus Dei y movimientos similares- cada vez entendemos menos. A pesar de los llamamientos de don Ricardo Blázquez, la “comunión con la Iglesia” no puede servir tropelía tras tropelía. La Cope (nos) insulta cada día a un sinfín de católicos. Muchos de mi generación (que pasamos en su día por la Universidad de Navarra) seguimos siendo católicos por sacerdotes como los que intenta combatir Monseñor Rouco a través de Iceta. Yo entiendo el Evangelio que practicaba mi tío, Domingo San Sebastián, algunos agustinos que me llevaban a ayudarles a Misa a las cárceles, donde estaban “hijos de dios”, a José Antonio Montoto (que ya no llegara a obispo) al que acompañaba a visitar a moribundos. Por no hablar de mi familia cercana. Lo que conocí del catolicismo del Opus Dei (si hubiese sido el único) era razón suficiente para cambiar de iglesia (eso en mi caso, que soy de los que cree que no se puede vivir sin Dios).

La herencia de Monseñor Rouco va a marcar un hito en la historia de la Iglesia Católica. O, mejor dicho, en el vaciamiento de la Iglesia Católica española y vasca, al mismo tiempo que va lograr (ya lo está logrando) que se identifique "católico" con PP, a pesar de que sus tres máximos portavoces –Losantos, Ramírez y Vidal- no está, precisamente, en "comunión con la Iglesia". Los obispos se están convirtiendo en militantes anti-gobierno.

La culpa de lo que ocurre no es del Gobierno, como pretenden algunos (muchos) obispos. Ellos, como pastores, son los principales responsables. La comunión con la Iglesia no justifica todo.

Vamos a tener un obispo guerniqués y euskaldun, ¿y?. Euskaldunes eran Laucirica (de Iurreta) o Gúrpide (Otxagabia). ¡Qué Dios nos coja confesados!.



Enviado a DEIA el22 de febrero de 2008