miércoles, 7 de marzo de 2012

Los once escalones

En los albores de 1977, nadie daba un duro por el Partido Nacionalista Vasco. Eran, por un lado, las diferentes izquierdas a la izquierda del PSOE las que bramaban por la primacía. En el caso vasco, eran las izquierdas abertzales (que eran muchas) las que, además, reclamaban su protagonismo en el campo patriota: recordemos, además de las dos ETAs y media, estaban ANV, ESB, ESEI, EIA, HASI, LAIA en doble versión (Bai y Ez),…
No debía estar todo tan claro (al menos para algunos sectores de las “izquierdas abertzales”), porque se montó la hoy famosa reunión de Txiberta, que era un intento de ETA militar para liderar un boicot a las elecciones que se habían convocado para el 15 de junio de aquel año. El fracaso de la reunión rayó en los grotesco. Todas la siglas citadas (además del PNV, que también acudió) menos HASI, salían de la reunión para ir a organizar sus respectivas campañas. El batacazo de las siglas de las “izquierdas abertzales” fue memorable. Salvó en parte los muebles la coalición Euskadiko Ezkerra (formada al final por EIA, MCE e “independientes” de la que se había retirado HASI y otros “independientes”).
Las otras izquierdas tuvieron en Euzkadi resultados desiguales. El PCE –que reclamaba para sí el cuasi-monopolio de la lucha antifranquista- desapareció del mapa, lo mismo que la mayor parte de las organizaciones a su izquierda. Solo quedaba el PSOE. Nicolás Redondo Urbieta declaró en una entrevista a Cuadernos para el Diálogo que había funcionado la “memoria histórica”.
Las derechas se agruparon, fundamentalmente, en torno a los partidos que tienen su origen en el franquismo reformista: la Unión de Centro Democrático (un partido montado a toda velocidad en base a la estructura del Movimiento para que Suárez tuviese una organización) y la Alianza Popular de Fraga y otros seis ex ministros del dictador.
En aquellos momentos, el PNV está afianzado el primer escalón. Tras una Asamblea memorable, se había convertido en la primera fuerza de los que, luego, será la CAPV, y sus prioridades eran la libertad, la amnistía y el estatuto de autonomía. Poco a poco, comienza a afianzarse un sistema de libertades aceptable. En el verano de 1977, la Asamblea de Parlamentarios Vascos iniciaba la discusión de lo que debía ser el estatuto de Autonomía. En el otro, las Cortes aprobaban una ley de amnistía que vaciaba las cárceles de presos políticos. Pero,…
Las “izquierdas abertzales” comenzaban a reaccionar (en apariencia). Mientras se iniciaba el proceso autonómico, se convocaba la Marcha de la Libertad, que debía acabar en Arazuri, a las afueras de Iruñea. El PNV, como hiciera en Txiberta, se mantuvo al margen a pesar de las críticas. Este partido había decidido que los avances para el pueblo vasco se conseguirían por la vía institucional y pacífica.
A pesar de que la amnistía había vaciado las cárceles, de los avances en materia autonómica, el sector mayoritario de las “izquierdas abertzales” opta por la ruptura, reanudándose las acciones armadas en una espiral enloquecida. Con el paso del tiempo, de aquel “ETA herria zurekin”, se pasó a un rechazo creciente y a la profundización de una brecha profundado entre los violentos y quienes rechazaban el terrorismo. En septiembre de 1978, el PNV convocaba una multitudinaria manifestación de rechazo a ETA en Bilbao (“la de las palomas”) que le atrajo críticas como las vertidas en una carta publicada en Egin por Mario Onaindia Natxiondo y Eduardo Uriarte Romero. Se ascendía un segundo escalón.
Al mismo tiempo, el nacionalismo en JEL, se consolidaba como una fuerza mayoritaria en el campo abertzale e indispensable en el mundo democrático. Y esto resultaba un elemento que distorsionaba el mapa político del postfranquismo. Desde el primer momento, quedó claro que el PNV era el elemento a batir. En 1977, este partido obtuvo (en lo que luego será la CAV más votos y más diputados que las demás fuerzas). Mantenía con el PSE una buena relación histórica, en el Gobierno en el exilio, en el Consejo delegado, habían firmado el pacto de Frente autonómico, pero, en la primera oportunidad, es decir, al constituirse el primer Consejo General Vasco, un organismo preautonómico de escaso contenido, el PSOE unió sus votos a los de la UCD para desplazar a Juan de Ajuriaguerra de la Presidencia del mismo. Estaba claro desde el primer día que este tipo de fuerzas no dudaría lo más mínimo para desplazar al PNV de aquellas instituciones en la que pudiese. Las razones eran lo de menos.
Mientras tanto, las “izquierdas abertzales”, tras el batacazo del 15 de junio de 1977, trataban de reagruparse sobre otras bases. Se monta la llamada “mesa de Alsasua” de la que surgirá Herri Batasuna. Solo Euskadiko Ezkerra quedará fuera. Son tiempos de grandes proclamas. En las elecciones generales de 1979, obtienen cuatro diputados a Cortes (3+1). En la municipales y forales, HB se convirtió en la segunda fuerza. Sin embargo, optaron por mantenerse al margen mientas mientras que la violencia se disparaba al infinito.
Las “izquierdas abertzales” rechazaron la Constitución de 1978. El PNV se abstenía. El texto, que fue aprobado, recibió solo el respaldo del 30 por ciento del Censo. El Estatuto de Autonomía se convertía en una nueva oportunidad. El texto, esta vez, fue aprobado por todos excepto por HB. Es cierto que algunos de quienes lo había votado no parecían dispuesto a cumplirlo. En 1981, UCD y PSOE ponían en marcha la LOAPA, una ley orgánica cuya entrada en vigor suponía el fin del autogobierno.
El PNV se disponía a subir un nuevo escalón. Está vez casi en solitario: la profundización del autogobierno a través del Estatuto y la consolidación de unas instituciones propias. Fracasado el intento de la LOAPA, se desarrolla una estrategia de ralentización del proceso autonómico y de gobierno “desde la mayoría central”. Lo aprobado por los vascos pasaba así a un segundo plano.
Mientras tanto, se debía afrontar una terrible crisis económica. La negociación para el ingreso en la CEE, por un lado, y la reconversión industrial, por otro, destruyeron decenas de miles de trabajo. Algunas decisiones en este punto tenían un claro sesgo político-partidista. Ante el desprecio de HB, el PNV se “vació” para ir arrancado las competencias reconocidas en la ley 3/1979. Recuperado el Concierto y pagando peaje tras peaje se iba avanzando sentando las bases de una sociedad y de una economía distintas.
En plena subida, se produjo una escisión terrible. Pasados los años, se demostró que, en el proceso de construcción del autogobierno, debilitar al PNV conseguía fragmentar a una sociedad excesivamente enfrentada en sus facciones. Pero, era lo que interesaba y, en la división del PNV, hubo muchos factores externos al propio partido. En la nueva fase, se produce un error terrible: hay quien cree que, donde debe pescar EAJ para recuperar su pujanza, es en los caladeros de las “izquierdas abertzales”. Por otro lado, algunos vinculaban violencia y “normalización política”. Y así se llegó a Lizarra donde, aprovechándose de las ansias de paz de algunos, las “izquierdas abertzales” quisieron recuperar Txiberta empujando al PNV a una ruptura a la que no estaba dispuesto, y menos con ETA militar de garante. ETA fue desaprovechando una tras otra las oportunidades que se le ponían delante. Si, en 1977, se había quedado colgada de la brocha, al final solo le queda la opción menos favorable de todas las posibles. Eso sí, para aceptar como campo de juego ya no el mismo que había despreciado hace 35 años, sino el dibujado por una ley de partidos que es una norma aprobada desde “la mayoría central”. Y, aprovechándose de esto, como ocurriera en 1978 con el acuerdo UCD-PSOE, se desplazaba a la fuerza más votada. Y es que el objetivo de unos y otros es más el PNV que solucionar problemas o avanzar.
El PNV subía dos escalones más: por un lado, siguió en su trabajo por la profundización del autogobierno, consiguiendo nuevas competencias de las recogidas en la Ley Orgánica 3/1979 que sigue sin cumplirse. Por otro, tratando de sentar las bases que faciliten una salida más rápida de la crisis económica a la que nos hemos visto arrastrados. Y es que el PNV es el único que tienen un plan.
Quedan once meses de duro trabajo. Once escalones para llegar al lugar en el que se comiencen a ver las cosas más claras.