jueves, 17 de julio de 2008

La ley de consulta (6)


Tras la muerte de Franco, se plantean dos vías hacia la restauración de un régimen democrático: la ruptura o la reforma. Es decir, se rompía con el régimen político instaurado por Franco a partir del triunfo del golpe de estado de 1936 (y que iba ganado terreno a medida que los facciosos iban ocupando territorio) o, simplemente, se reformaba desde dentro.

En 1975, el franquismo estaba muy tocado. A la enfermedad del dictador, había que unir un creciente desprestigio internacional tras los fusilamientos de antifranquistas y, a un Ejército (esencia del régimen) que había hecho el más espantoso en el Sahara (había salido corriendo perseguido por la “marcha verde” (civiles desarmados) de Hassan II, rey de Marruecos.

Por otro lado, el primer Gobierno de la Monarquía presidido por Carlos Arias Navarro (conocido como “carnicerito de Málaga” por su actuación con fiscal militar en aquella ciudad durante los días de la guerra civil) demostró que no era posible un franquismo sin Franco. Fraga Iribarne, ministro de Gobernación (Interior) de Arias fue el responsable político de algunos de los episodios represivos más graves de este periodo (como las matanzas de Vitoria y Montejurra).

El 15 de junio de 1977, finalmente, se celebraron las elecciones generales. Es cierto que no se produjeron en condiciones plenamente democráticas y que muchas instituciones franquistas (ayuntamientos y diputaciones) continuaron durante dos años más, pero esta fecha puede considerarse como el final de la dictadura.

Se produjeron algunas sorpresas: el PNV se había convertido en la fuerza más votada en lo que, luego, será la CAPV. La fuerzas procedentes del franquismo (UCD+PP) apenas superaron el 16 por ciento, mientras que el PCE no llegaba al 5. El PSOE se convirtió en la segunda fuerza política. La izquierda abertzale, convencida de que iba a ocupar el espacio del PNV, sufrió un severo correctivo. Algunos partidos, como el histórico ANV o Euskal Sozialista Biltzarrea (ESB)desaparecieron del mapa. Los “milis” y EHAS no solo fracasaron radicalmente en su intento de boicotear los comicios sino que quedarán al margen del proceso político.

En aquellos comicios, los no nacionalistas (UCD+AP+PSOE+PCE) superaron el 50 por ciento de los votos. Sumaban la izquierda y los franquistas reformistas/reformados (UCD+AP). En este marco, se produjo el primer pacto para evitar que el PNV presidiese un organismo aconstitucional sin apenas competencias que debía gestionar la preautonomía. En buena lid y dado que se trataba de un organismo de concentración, lo lógico es que lo presidiese el candidato de la fuerza más votada. En este caso, el PNV que había obtenido 296.193 votos, el 28,61 %, y la segunda fuerza, el PSOE, 267.897 y el 25,88 %. Y, aunque el PSOE mantenía un pacto con el PNV (frente autonómico), no dudó en pactar con los de UCD para conseguir que su candidato, Ramón Rubial presidiese tal organismo. Y así fue. La elección de Rubial, al margen de cualquier otra consideración (nadie duda de la condición de figura excepcional de Rubial), supone una clara advertencia para el futuro: el poder es el objetivo, no la trasversalidad.

A partir de este asunto comenzó a elaborarse una teoría que, pasados los años, se convertiría en una especie de verdad revelada. La historia finalizaba más o menos en que, como los nacionalistas no querían entregar la legitimidad del Gobierno vasco exiliado a Rubial, esperaron para hacerlo a Garaikoetxea (o algo así). Nunca se cuenta que, en 1979, Carlos Garaikoetxea resultó elegido presidente del Consejo General Vasco y que, entonces, Leizaola tampoco le entregó el poder, solo lo hizo cuando, un año más tarde, el mismo Garaikoetxea resultó elegido presidente del Gobierno vasco(sobre este asunto ver, por ejemplo, José Ramón Recalde, Fe de vida. Memorias,pp.265-266).

La transición comienza, pues, para el Partido Nacionalista Vasco encorsetado en una pinza que buscan su, por lo menos, desplazamiento a un segundo plano sin incidencia. Un diente de la pinza es el mundo "mili" que nunca perdonó que los jeltzales rechazasen la aventura de Chiberta. En el otro, el PSOE que, a partir de aquel momento, se instala (con respecto a los viejos socios nacionalistas) en la estrategia del palo y la zanahoria.