sábado, 27 de septiembre de 2008

¿Qué más sabemos hacer?

En enero de 1982, la revista Muga publicaba un editorial titulado “Además de oponernos, que más sabemos hacer?” (Muga:19). En uno de sus párrafos se decía: “El nacionalismo vasco no puede ser un oponerse a algo, sino hay que buscarle una formulación positiva, centrada en un proyecto de vida en común que sea algo más que el simple sentimiento emocional de la pertenencia al heroísmo resistente. Hay que intentar aportar soluciones, o vías de soluciones, a problemas de cara al futuro”. Y concluía: “…la revitalización de la sociedad vasca pasa por la revisión de ciertos dogmas que nos ha sido queridos hasta ahora. Esta revisión se hará si nosotros mismo somos capaces de ello, pero no podrá venir de quienes nos critican desde fuera”.
Aquel análisis, hecho desde un medio considerado como “del PNV”, dio lugar a un sinfín de reacciones, todas de “fuera”. Los autocalificados ”sabinianos”, que habían abandonado el Partido dos años antes formado el grupo “Euzkotarrak”, publicaron un artículo incendiario en Egin (1982, urtarila, 8), proponiendo, desde una discutible ortodoxia, exactamente lo contrario.
En aquellos días, el País vivía ensangrentado por la violencia, en medio de una tremenda crisis económica, con una autonomía bloqueada (y acorralada por la LOAPA) y en medio de las primeras tensiones entre el Partido y el Gobierno, perfectamente explicables en unos momentos en que todo estaba por hacer. Un año antes, con Eugenio Ibarzabal, le había entrevistado a Xabier Arzalluz en su despacho de la calle Marqués del Puerto de Bilbao, entonces sede del EBB. En ella, el Arzalluz, recién elegido presidente del de Consejo NAcional del PNV, defendía, por un lado, la bicefalia y, por otro, el protagonismo del PNV: “El PNV tiene una función de protagonista en el sentido en que esta la organización que, de cara al pueblo, se hace garante de un programa y de su ejecución, y en ese sentido tiene el protagonismo fundamental de que será el último responsable de que una determinada gestión pública se haga en el sentido que se ha propuesto y por el cual el pueblo ha dado unos votos y un apoyo”. En este punto, resaltaba que “la prudencia política de un Partido y de la dirección de un Partido está en saber ejercer el control dando el máximo apoyo y vigilando también” (Muga: 11, XI, 1980).
Las tensiones entre el Partido (Arzalluz) y el Gobierno (Garaikoetxea) fueron a más, desembocando en la escisión de 1986 que tiene que ver, por un lado, por el intento de suplantación del papel del Partido por parte del Gobierno (para ser más exactos del presidente de ese Gobierno) y, por otro, de los diversos avatares de los primeros años de la Transición. A esto hay que sumar, por otro lado, un cierto papel del PSOE en la escisión, sobre todo a partir de las elecciones municipales de 1983 (en las que, a pesar del efecto Gonzalez, los socialistas no lograron desplazar a los nacionalistas).
La escisión del PNV trajo, como primera consecuencia, que tanto los socialistas como los radicales ocupasen amplios espacios de poder que, hasta entonces, parecían vedados para estos dos sectores. En segundo, lugar un debilitamiento real del conjunto de nacionalismo democrático. Al contrario de lo que se llegó a defender en aquellos días, PNV y EA no lograron ampliar (cada uno por su cuenta) su campo de actuación, más bien al contrario. Cincuenta más cincuenta no eran cien, sino ochenta. Fracasados los intentos de medrar uno a costa del otro, por un lado, comenzaron los intentos de “pescar” en el caladero de la izquierda radical, alejándose de algunos de los planteamientos que, en 1984, habían conseguido que el PNV en solitario alcanzase casi la mayoría absoluta. En segundo lugar, en aquellas zonas en las que el PNV había quedado más afectado por la escisión (por ejemplo, en Gipuzkoa), con el pretexto de que, por lo menos, un municipio o una comarca estaban en manos abertzales (sin importar el compromiso de estas “manos” con la paz o la democracia) fueron abandonados sin presentar batalla, lo que explica en gran parte el mapa electoral guipuzcoano (y de algunas comarcas vizcaínas). Como guinda a todo esto, está la estrategia de EA de apoyarse en Batasuna para desplazar al PNV (los ejemplos abundan) sustituyéndolo por una fuerza auténticamente abertzale, creen.
El terrorismo ha distorsionado la vida vasca, al menos en los últimos treinta años, lo que, unido a cuarenta años de franquismo, nos deja en una situación terrible. En 1956, se publicaba, por primera vez, “La Causa del Pueblo Vasco”, de Francisco Javier de Landaburu. Este pequeño ensayo comenzaba con la siguiente cita: “Yo no puedo comprender que haya hombres que estén continuamente en peligro por culpa de otros hombres. No puedo comprenderlo y me parece horrible. No digas que es por la patria”. La cita es obra de Sofía Scholl, una estudiante cristiana de la universidad de Munich, de 22 años, decapitada por los nazis.
El pensamiento del PNV ante cualquier manifestación de violencia política o de terrorismo ha sido siempre la misma: de absoluto rechazo. He repasado textos y entrevistas, además de los de Landaburu, de Irujo, de Ajuriaguerra, de Robles-Arangiz,… y no he detectado un ápice de compresión hacia la acción de ETA (y de ningún tipo de violencia). He tratado de encontrar, asimismo, algunos tópicos que, repitiéndose una y otra vez, se convierten en verdades absolutas.
Se afirme que el PNV sostiene que el terrorismo es consecuencia de un contencioso histórico no resuelto. Y esto no es cierto. Como mucho (y es mucho aceptar), una tesis aproximada es la que dibujan Santiago de Pablo y Ludger Mees, nada sospechosos de veleidades abertzales, en la última edición de “El Péndulo Patriótico” (2005), cuando afirman que en los 1970, los nacionalistas defendía que, a más autonomía, menos violencia. Algo que, al final, se ha demostrado cierto. La dilación en el cumplimiento de todas las previsiones del Estatuto, el mercadeo y la broncas en torno a estas cuestiones, por el contrario, ha contribuido a un cierto desgaste.
ETA militar sigue activa porque quiere imponer a todas las demás fuerzas, y al conjunto de la sociedad vasca, a “Euskal Herria”, sus tesis y programas. La imposición se ha disfrazado históricamente por la existencia de un presuntamente “déficit democrático”. HB, EH o Batasuna han estado en las instituciones y han tenido la oportunidad, por un lado, de someter sus programas a la ciudadanía (que les ha dado el respaldo que les ha dado). Por otro lado, ha podido discutir sus propuestas en diferentes parlamentos. ¿Qué ocurre?. Pues que, cuando los representantes de la inmensa mayoría no aceptan los postulados de la inmensa minoría, entonces, hay “déficit democrático”.
Hay una cuestión que ha marcado, es cierto, una parte de nuestra historia: cierta relación de parentesco, amistad, vecindad,… con algún militante de ETA. Era algo que formaba parte la cultura cotidiana. A esto hay que añadir que, a la salida de la dictadura, ETA no solo estaba rodeada de un cierto halo heroico sino que se percibía como parte de la comunidad nacionalista. Así, cuando en septiembre de 1978, el PNV salió a manifestarse contra ETA fueron muchos quienes, en su seno, no ocultaron su disgusto por este acto (y estas críticas no vinieron solo de sectores del PNV. Teo Uriarte y Mario Onaindía hicieron públicas las suyas en un encendido artículo que publicó Egin). Sin embargo, la intensificación de las acciones de ETA (y su crueldad cada vez mayor) fueron eliminando cualquier rastro de compresión aunque, todavía en 1998, una minoría pensaba que la suerte del conjunto del nacionalismo pasaba lo que le ocurriese a ETA. Así, en aquel momento, que había que conseguir, como fuese, que esta dejase de matar. Lizarra, que fue uno de esos intentos, fracasó por diferentes razones.
A lo largo de estos últimos treinta años, las percepciones de los nacionalistas hacia ETA militar y su mundo han cambiado de forma radical. La vieja cuadrilla plural ha saltado por los aires, las relaciones familiares se enfrían,… El nivel de crueldad del asesinato de Miguel Ángel Blanco, que no se diferenciaba mucho de quienes acabaron con la vida de Sofía Scholl, fue algo insoportable.
Hoy en día, es difícil mantener que la persistencia de la violencia es consecuencia de ese contencioso o conflicto. Es cierto que, a estas alturas, habría que definir el “conflicto vasco”. Para todos no es lo mismo. Para EAJ, tiene su origen en la abolición foral (Ponencia Política 2007, p. 2) y en la incapacidad del Estado de cumplir sus propias normas: desde las leyes abolitorias hasta el Estatuto de 1979. ¿Es lo mismo para ETA militar?. Evidentemente, no.
El pacto de Ajurianea fracasó porque intentaron utilizarlo como la plataforma para conseguir lo que algunos llamaron postnacionalismo. De completar el Estatuto, solo en teoría. Recordar que, estos días, la ministra Garmendia se niega a traspasar una competencia exclusiva de la CAPV, según el Estatuto, como reconoce el nada sospechoso diario “Público”. Y porque “Ajurianea”, al final, se había quedado en un foro para redactar notas de condena cada vez que ETA cometía un atentado. Lizarra fue un fracaso para el PNV, entre otras razones, el partido cedió su liderazgo social, mostrándose ante los radicales como una fuerza vulnerable. O, dicho de otra forma, acabó consiguiendo que le perdieran el respeto.
Es cierto que ETA y los suyos no pueden marcar la agenda política de la inmensa mayoría. Pero, al mismo tiempo, resulta muy duro aceptar que se actúe como si ETA no existiese. Porque existe. Y hay un sinfín de iniciativas que no deberían ponerse en marcha con ETA actuando. Contribuyen, entre otras muchas cosas, a esa pérdida de respeto a la que se hacía alusión. Algunas de las votaciones que se han producido en el Parlamento vasco son un buen ejemplo de esto. Se parecen más a una humillación que a otra cosa.
¿Qué le queda, pues, al nacionalismo vasco?. El objetivo final del nacionalismo es que los vascos, de forma pacífica y democrática, pasen de ser objeto a sujeto de todas sus decisiones. Partiendo de esto, tan elemental, hay una cuestión predemocrática: no se puede avanzar en ese camino mientras que haya ciudadanos amenazados de muerte que no pueden moverse, ni expresarse con libertad. Quizá por ello y hasta que se haya producido la disolución de ETA, hay cuestiones (irrenunciables) que deberían esperar a ese momento. De la misma forma, el PNV debe volver a contar con la iniciativa en cuanto a programas y estrategias. Más que nada por un elemental sentido de prudencia política, aquella prudencia a la que se refería Arzalluz cuando le entrevistamos en 1980. Y mientras tanto, como se decía en aquel editorial, seguir buscando entre todos (sin imposiciones ni a los de casa, ni a los de fuera) formulaciones positivas, atender a los problemas inmediatos de los ciudadanos y estar cada día más cerca de los que sufren. El “apoyo y reconocimiento social a todas las víctimas del terrorismo” es parte esencial del cuerpo doctrinal de EAJ-PNV.

2 comentarios:

Jon dijo...

Aupa!

Veo que es usted un historiador del nacionalismo vasco. Llevo un tiempo buscando por ahí y me gustaría que me recomendase un libro sobre la escisión del 86. Si ya me dijese donde comprarlo, sería redondo.

Espero su respuesta.

Agur!

Edu Araujo dijo...

Lúcido y sincero tu análisis Koldo. He sentido mucha satisfacción al ver tan claramente expresadas sensaciones propias. De acuerdo especialmente en las perversas consecuencias de la escisión. Y en esa tendencia que parecemos mostrar "los del PNV" por creernos la propaganda del enemigo, incluso la visión que ese adversario tiene o quiere difundir de nuestra propia organización!. A veces escuchamos a afiliados críticas que una simple lectura de los estatutos o un mínimo análisis histórico desmontaria. Se fían demasiado de El Correo y sus columnistas...y muy poco de nuestra gente, historia y tradición. Como ya dijo G.L.Steer somos demasiado reacios a hacernos propaganda y demasiado crédulos con la del enemigo!.
Besarkada