jueves, 16 de septiembre de 2010

Reflexión sobre nuestros errores

Dos de los momentos más duros que me ha tocado vivir fueron los asesinatos de Gregorio Ordoñez y de Miguel Ángel Blanco. La noticia del primero me sorprendió en la redacción de Deia, en Bolueta. No había explicación posible. Cuando alguien trató de analizar lo sucedido, salí de la sala. Ordoñez, que no me caía bien por su forma de manejarse, era un representante del Pueblo Vasco. En este caso, de los ciudadanos de Donostia.
No había análisis posible: era un crimen execrable y cruel que también me afectaba a mi de forma directa. Lo de Miguel Ángel Blanco fue aún peor. Envié un carta a los medios (solo apareció en El Correo). Recordaba que mi tío, Domingo San Sebastián Lapeyra, coadjutor-organista de la parroquia de Ermua, junto con el vicario, don Críspulo Salaberria, había salvado la vida gracias a la intervención de algunos (pocos) carlistas ermuarras. Así, de dos condenas a muerte que pedía el fiscal militar, se pasó a 25 años de destierro en Asturias.
Surgió el “espíritu de Ermua” que, básicamente, envolvió a una de las campañas más brutales contra el PNV. Jon Juaristi llegó a escribir que el responsable del asesinato de Blanco Garrido había sido Sabino Arana. Yo me había criado en “otro espíritu de Ermua”. Don Críspulo y don Domingo dedicaron los meses de la guerra a proteger a las gentes de derechas (ocultándolos en caseríos de confianza). Cuando entraron los requetés y comenzó la represión, mi tío, desde el púlpito, recordó el Evangelio y que Jesús, ante la ofensa, ponía la otra mejilla. No le dejaron acabar la Misa. Lo bajaron de mala manera del púlpito y se lo llevaron.
Primero estuvo en el Carmelo y, a tener petición de pena de muerte, lo trasladaron a Larrínaga. De allí, a Asturias –pudo ir a Cuba donde un primo, Segundo Cazalis, le había conseguido acomodo- junto a otros curas vascos (iban a sustituir a los fusilados por los republicanos). Su testimonio se encuentra, por cierto en los archivos del Vaticano (fue localizado por Iñaki Goiogana). En Asturias, hizo amistad con numerosos socialistas (como él, del bando “perdedor”) y se dedicó con todas sus fuerzas a ayudar a los más desfavorecidos. Primero, a los derrotados y, luego, a los primeros inmigrantes que llegaban a trabajar en Ensidesa. Regresó a Lekeitio y, siguió, como era norma, haciendo el bien, siendo consecuente con el Evangelio. Así que, cuando un día la Guardia Civil de Ondarroa, en plena dictadura, pidió un cura para decir Misa el día de la Patrona, al negarse a hacerlo los curas del pueblo, mi tío no lo dudó. “No se le niega a nadie la Palabra”, y fue. No se quedó a los “pintxos” pero los guardias tuvieron la Misa como Dios Manda. Y él era uno más. Es cierto que luego uno tiene que leer “La Tribu Atribulada” y la sucesión de idioteces que aparecen en esta cosa de Juaristi (aquí erró).
Pues eso. Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, muchos estaban convencidos que había llegado el momento de ajustarle las cuentas al PNV. Comenzó una campaña en la que, cada vez que aparecían las siglas de ETA, a continuación le seguían las del PNV. Lo que dio lugar un encontronazo con Patxo Unzueta. Algunos se asustaron. Desde los días de la escisión, no antes, se vendía la especie de lo único que nos separaba de ETA (y HB) eran los medios. Otros recordaban que, en Israel, los terroristas del Irgun (los que volaron el Hotel Rey David de Jerusalén) no solo acabaron en el Gobierno, si no que a uno de ellos, Menahem Begin, le dieron el Premio Nobel de la Paz. Incluso alguno estaba convencido que el “secante” posible de ETA era el Partido. Y, por supuesto, los defensores del “caladero de votos” (quienes defendían que nuestros votos estaban en los “descontentos” de la autodenominada “izquierda abertzale”). Participé en una reunión durísima en el batzoki de Gernika. Durante la misma, descubrí el temple de Iñigo Urkullu.
Luego, tras el calvario que siguió a la ruptura de la tregua, quedó claro que, con un mensaje firme frente a cualquier tipo de violencia (sin matices), deberíamos preocuparnos no tanto de ETA (derrotada social y electoralmente) sino quienes constituían el principal obstáculo para el autogobierno. Es decir, el llamado ya “constitucionalismo”: el PSOE y el PP. En mayo de 2001, el Estatuto de Autonomía seguía incumplido en partes esenciales. Y los responsables eran, precisamente, quienes Paco Llera caracteriza como “autonomistas”. Son aquellos siguen sin darse cuenta que en la raíz del problema vasco está en la enfermiza incapacidad del Estado español de cumplir sus propias leyes. No se cumplieron las leyes abolitorias de 1839, de 1876, la paccionada de 1841 y, por supuesto, la ley orgánica 3/1979 (el Estatuto de Gernika). Sorprende escuchar a Rajoy advirtiendo a Rodríguez Zapatero sobre transferir unas competencias recogidas en una ley orgánica. O la supina ignorancia de muchos “tertulianos” que agitan el espantajo de la “caja única”. Traté de resumir ambas cuestiones en un artículo y, casi inmediatamente, aparecieron exégetas y analistas que no acertaron ni una. Me sorprendió bastante las “conclusiones” que obtenía de mis palabras Gregorio Morán en su prólogo-“me había equivocado”- a la reedición de su librito (así lo calificaba en su “Testamento vasco”) Los españoles que dejaron de serlo.
En los últimos veinticinco años, el PNV ha cometido muchos errores (¿quién no los comete?). El primero (y más grave) fue mantener tras la escisión una estrategia de complementariedad. Esto es especialmente claro en Gipuzkoa. Para concentrarse tanto en la gestión como en otras cuestiones de índole diversa, se renunciaba a ocupar espacios de poder, ciudadanos, etc. Porque ya estaban asegurados por “abertzales” (autodenominados “abertzales”). Lo que, en un primer momento, podría explicarse por la dureza con que golpeó la escisión en este territorio, se convirtió en norma y, hoy, es una especie de déjà vu.
Relacionado con el anterior, el segundo error es (ha sido) el de mirar constantemente a lo que pueda hacer la denominada “izquierda abertzale” y, sobre todo, insistir en la acumulación de fuerzas (que acaban desdibujando el mensaje político: el PNV no es solo un partido abertzale. También es un partido democrático y social-cristiano, si quiere) frente a la acumulación de votos. Y esa fue la gran lección del 13 de mayo de 2001. Frente al terrorismo etarra, por un lado, y la ofensiva del “espíritu (revanchista) de Ermua”, se respondió (y se derrotó a unos y otros, incluidos los poderosos medios de comunicación de la época) con votos.
El tercer error tienen que ver, por un lado, con los personalismos (especialmente, los que arrastran a muchos, en ocasiones sin convicción, otras veces por ignorancia). Si se piden explicaciones, por ejemplo, la cosa acaba en “lo personal”. El libro de Imanol Murua (Loiolako Hegiak) sobre la última tregua y negociaciones ha dejado cuestiones sobre la mesa que alguien deberá aclarar algún día. Por ejemplo, cual era el valor auténtico de los tres votos de Batasuna al llamado “plan Ibarretxe”. ¿Por qué se puso en marcha ese proceso (el del Nuevo Estatuto) estando en marcha el “de Loiola”?.
Pero, en estos momentos, resultaría suicida volver a las andadas tras la filípica de los tres encapuchados en la BBC. ETA militar y Batasuna tienen que ver como solucionan la cosa. Y va a ser complicado. A los primeros, solo les queda negociar armas por presos. A los segundos, sino los “milis” no para siempre, deberán optar por la ruptura y la marginalidad. Y aún así, incluso si rompen, van a tener que aprender a hacer política, y les llevará tiempo porque llevan un retraso de treinta y tres años y cuatro meses.
El cuarto error tiene que ver con la fragmentación interna. De ahí la importancia de la reunificación del PNV. Una tarea que no puede ser demorada.
La vuelta de Batasuna no abre para el PNV ningún escenario especial. No debería abrirlo. Batasuna, HB, EH,… ya ha participado (durante muchos años) en el juego político y, hoy por hoy, no parece una fuerza capaz de solucionar problemas esenciales del país: desde la recuperación económica, creación de empleo y nuevas empresas, diversificación de mercados, impulso a la iniciativa privada y la inversión,…mejorar las condiciones de vida y trabajo,… Las ocurrencias de Txelui Moreno van más dirigidas a motivar a su parroquia que a otra cosa. Como ocurriera en 1977, el PNV –un partido reforzado por la reunificación- debe optar por seguir su propio camino, sabiendo, además, que las “izquierdas abertzales” acaban basculando, antes o después en la “izquierdas”: Cataluña o Donostia son buenos ejemplos.
Treinta y tres años y cuatro meses debe habernos servido para aprender sobre todo una lección: que los “malos” no fueron Gregorio Ordóñez o Blanco

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